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“Los chunchos son ociosos”. Ocio y ociosidad en los pueblos indígenas amazónicos del suroriente peruano

 

juzgamos erróneamente a los pueblos indígenas amazónicos, ya que no son ociosos, sino que manifiestan constantes estados de ocio (momentos de disfrute y diversión) a través del compartir, de los paseos o visitas, de las conversaciones, de los viajes, de las celebraciones, de los deportes y de la ingesta de plantas maestras

Donaldo Humberto Pinedo Macedo. 

Programa de Becas “Yachayninchis Wiñarinanpaq”, Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco. 

https://orcid.org/0000-0002-0269-7097

201426@unsaac.edu.pe

Resumen

Existe la percepción generalizada de que la gente indígena amazónica es ociosa. Esta idea ha perdurado desde la colonia hasta el momento, convirtiéndose en un estigma. Otro problema, es que desconocemos cómo la gente del bosque y del río amazónico concibe el ocio y la ociosidad. El presente ensayo, reflexiona al respecto y toma como base las vivencias que el autor disfrutó con la gente de los pueblos harakbut (Harakbut), matsigenka (Arawak) y yora-nahua (Pano) del suroriente peruano (departamentos de Cusco, Madre de Dios y Ucayali). La propuesta central es que juzgamos erróneamente a los pueblos indígenas amazónicos, ya que no son ociosos, sino que manifiestan constantes estados de ocio (momentos de disfrute y diversión) a través del compartir, de los paseos o visitas, de las conversaciones, de los viajes, de las celebraciones, de los deportes y de la ingesta de plantas maestras. Asimismo, estas experiencias de ocio albergan los siguientes principios cosmológicos subyacentes: la libertad de elegir, la atemporalidad y el autotelismo (finalidad en sí misma). 

Palabras clave: harakbut; matsigenka; ocio; ociosidad; pueblos indígenas amazónicos; yora-nahua.

Abstract

There is a widespread perception that indigenous Amazonian people are lazy. This idea has lasted since colonial times until now, becoming a stigma. Another problem is that we do not know how the people of the Amazon Forest conceive leisure and idleness. This essay reflects on this and is based on the experiences that the author enjoyed with the people of the Harakbut (Harakbut), Matsigenka (Arawak) and Yora-Nahua (Pano) peoples of southeastern Peru (departments of Cusco, Madre de Dios and Ucayali). The central proposal is that we wrongly judge the Amazonian indigenous peoples, since they are not idle, but rather manifest constant states of leisure (moments of enjoyment and fun) through sharing, walks or visits, conversations, trips, celebrations, sports and the ingestion of master plants. Likewise, these leisure experiences harbor the following underlying cosmological principles: freedom of choice, timelessness and autotelism (purpose in itself).

Keywords: harakbut; matsigenka; leisure; idleness; Amazonian indigenous peoples; yora-nahua.

Introducción

Las expresiones coloquiales, al igual que los rumores, tienen la facilidad de expandirse como reguero de pólvora debido a la potente sátira, ofensa, sabiduría, moraleja o verdad que, disimuladamente, poseen. Una de estas frases, cargada de superioridad y claro ánimo ofensivo, es esta: “los chunchos son ociosos”. 

Según Chirif (2016, p. 106), la palabra “chuncho”, proviene del quechua sunchu, una mata de flor amarilla que también es llamada “flor de muerto” por su mal aspecto y desagradable olor. De esta forma, “chuncho”, en el Perú, se usa para denominar despectivamente a los indígenas amazónicos. 

Por otro lado, según el diccionario, la palabra ocioso/a, es un adjetivo que quiere decir persona desocupada, que no hace nada o carece de obligación que cumplir; inútil, sin provecho ni fruto; y cosa que no se usa para aquello a lo que está destinado (RAE, 2022). 

Considero que, a partir de la colonia, la combinación de ambas palabras, “chuncho” y “ocioso”, resultó en un cóctel nocivo que ha evitado toda posibilidad de comprender varios aspectos de la buena vida de las poblaciones indígenas amazónicas.

Así, escribo este ensayo por las siguientes razones: la facilidad con que la gente no indígena le atribuye la etiqueta de “ocioso” al indígena amazónico; el desconocimiento de que cada cultura delimita y concibe, a su manera, la ociosidad y el ocio; y, el vacío al momento de comprender los principios de la experiencia de ocio de la gente del bosque y del río amazónico. Persigo, por tanto, tres objetivos: primero, exponer el discurso que la gente, sobre todo la que vive en la lógica del trabajo y del progreso, ha construido sobre el comportamiento “relajado” del indígena amazónico. Segundo, definir lo que significa la ociosidad, pero no desde nuestro punto de vista, que está signado por la irreverencia a la producción, sino desde la mirada de los pueblos indígenas amazónicos, en este caso, de la gente harakbut, matsigenka y yora-nahua del suroriente peruano. Tercero, demostrar que la “ociosidad” atribuida a la gente del bosque y del río es, en perspectiva cultural, una forma de ocio, es decir, un comportamiento y una experiencia que produce gozo, disfrute y diversión. 

Conozco a la gente del pueblo harakbut hace más de veinte años. La primera comunidad que visité, en la década de 1990, fue Queros, en el distrito de Kosñipata, provincia de Paucartambo, departamento del Cusco. Las familias, pertenecientes a la rama wachiperi, siempre me acogieron con hospitalidad, una de sus principales características. Con el tiempo, también visité la Comunidad Nativa de Santa Rosa de Huacaria, ubicada en el mismo distrito. A diferencia de Queros, allí viven familias de la rama wachiperi (Harakbut) y del pueblo matsigenka (Arawak). Asimismo, en distintas ocasiones, visité la Comunidad Nativa de Shintuya, ubicada en el distrito y provincia del Manu, departamento de Madre de Dios, donde fui acogido por familias de las ramas wachiperi y arakbut del pueblo harakbut. 

A la gente matsigenka, por alguna razón, la he visto siempre, sea aquí, en la ciudad del Cusco, o durante mis estadías en la cálida ciudad de Quillabamba (provincia de La Convención). Sin embargo, en los últimos ocho años he visitado regularmente varias de sus comunidades: Koribeni (distrito de Echarate, provincia de La Convención, departamento del Cusco), Timpia, Camisea, Shivankoreni, Segakiato, Cashiriari, Kirigueti, Nuevo Mundo y Nueva Luz (distrito de Megantoni, La Convención, Cusco). Así también, en el año 2022, tuve la oportunidad de regresar, luego de 20 años, a la Comunidad Nativa de Shipetiari y, de paso, conocí otra comunidad matsigenka, Palotoa Teparo. Ambas, están ubicadas en el distrito y provincia del Manu, departamento de Madre de Dios. 

A la gente yora-nahua, recién la conozco hace ocho años. La primera vez que la vi, allá en la villa de Sepahua (provincia de Atalaya, departamento de Ucayali), me sorprendió su fisionomía, muy distinta a los demás pueblos indígenas de la zona. A diferencia de la población matsigenka, ashaninka y yine de la región, que pertenece a la familia Arawak, la yora-nahua es del grupo Pano. Las familias, quienes provienen de su asentamiento principal, ubicado en la confluencia del río Serjali y Mishagua, suelen “acampar” por semanas en los alrededores de la Misión del Rosario de Sepahua, de los Misioneros Dominicos. A “los sharas”, les gusta disfrutar del movimiento comercial, de los acontecimientos sociales y de los atractivos que ofrece la precaria modernidad amazónica de la villa. 

En todas estas comunidades y poblados, disfruté de gratos momentos con la gente, sea conversando, compartiendo, paseando, asistiendo a fiestas y onomásticos, jugando al fútbol o al vóley, haciendo artesanías, viajando por el río, o ingiriendo plantas maestras. Como resulta obvio, las reflexiones aquí expresadas son el producto de largas y divertidas horas/ocio que tuve la oportunidad de compartir con la gente harakbut, matsigenka y yora-nahua del suroriente peruano.

En síntesis, sostengo tres ideas. Primero, que es un error tildar a la gente del bosque y del río amazónico como ociosa. Hacerlo, no sólo evidencia una postura racista; es, además, una forma de imponer un modo de hacer las cosas por sobre otro. Segundo, las sociedades indígenas amazónicas tienen una manera particular de concebir el ocio y la ociosidad, y, por tanto, no es apropiado implantarles nuestra visión industrial y productivista. Tercero, que las sociedades indígenas amazónicas manifiestan principios evidentes y subyacentes en su experiencia de ocio. Los principios evidentes son los actos de compartir, pasear o visitar, conversar, viajar, celebrar, “deportear” (hacer deporte) y sicoactivar (ingerir plantas maestras), mientras que los subyacentes son la libertad de elegir, la atemporalidad y el autotelismo (finalidad en sí misma). 

La ociosidad atribuida

Hugo Blanco Galdós, guerrillero, líder campesino y político peruano de izquierda, comentó que un quechua hablante, asentado en la ceja de selva del Cusco, le había dicho que “los chunchos son ociosos”. El campesino, que al parecer había colonizado la zona amazónica del norte del Cusco en la época de las haciendas, contó la siguiente anécdota con la finalidad de afianzar su posición:

“Un hacendado le dijo a un chuncho que talara un espacio para convertirlo en tierra cultivable. Que le iba a pagar un machete; no le iba a dar dinero porque el amazónico qué sabía de dinero. Entonces, el amazónico lo hizo tan bien y tan rápido que quedó positivamente impresionado el hacendado y le dio su machete, y le dijo: ‘Ahora te ofrezco un negocio redondo. Tala la cuarta parte de lo que has talado y te doy otro machete’. El amazónico lo miró extrañado, Machiguenga creo era. Y le dijo: ‘Pero si tengo solo una mano derecha, ¿para qué necesito dos machetes?’, y se fue. No quería progresar, quería vivir”. Esto me dijo un quechua, en quechua, para demostrarme que son ociosos los amazónicos. Para mí, que el amazónico no quería “progresar”, quería vivir solamente. (Blanco & Romero, 2018, p. 9)

Este relato, pone en evidencia la percepción que la gente quechua hablante, la que ha colonizado la alta Amazonía y que se atribuye un carácter laborioso, tiene sobre el indígena amazónico. Pero, además, siguiendo la reflexión de Hugo Blanco, la anécdota clarifica que la gente matsigenka, al menos en aquella época, poseía una forma de vida ausente de la lógica del progreso y la acumulación; una vida centrada en la satisfacción de una necesidad inmediata, práctica y puntual; una vida que ponderaba el presente, la autonomía y el “me basta con esto”. 

Desde luego, este relato, que parte de la mentalidad quechua colonizadora, no es el único. En el transcurrir de la historia ha sido un tópico muy común identificar a la gente indígena amazónica con el lado nocivo del ocio, es decir, con la ociosidad. Los testimonios al respecto son numerosos: en el s. XVI, el colonizador español Gonzalo Fernández de Oviedo, escribió: "esta gente de su natural es ociosa y viciosa y de poco trabajo e malencólicos…" (Teglia, 2012, p. 222). En 1932, el fraile dominico Vicente de Cenitagoya (1932/2006, p. 515), dijo que el matsigenka era el indígena “más perezoso e indolente”, porque pasaba la mayor parte del tiempo tendido en su estera. Un poco más tarde, otro misionero dominico, José María García Graín (1941), sostuvo que la esencia del indígena era la ociosidad. Un ejemplo final, algo más contemporáneo, es la opinión del ex presidente del Perú, Alan García Pérez (2007), quien, en un artículo periodístico, escribió que millones de hectáreas de las comunidades nativas estaban sin cultivarse debido a la ociosidad, a la indolencia y a la ley de quien “no come ni deja comer”. 

El estigma del “chuncho ocioso”, ha perseguido por mucho tiempo a las poblaciones indígenas amazónicas. ¿Por qué este denuedo? Considero que se trata de la imposición de una forma de vida basada en el “constante trabajo productivo”. Esta imposición, disimulada y violenta (sigo el concepto de “violencia simbólica” de Bourdieu, 1988/2000, pp. 49–59), tiene el objetivo de convertir el trabajo, que es diferente a la laboriosidad, en una actividad obligatoria para todos y todas. Su discurso más elocuente es la “necesidad”. Esta imposición, potente y casi indiscutible, toma forma a través de dos enunciados: la ponderación de los réditos económicos y materiales que genera el trabajo (“trabaja si quieres progresar”, “el trabajo dignifica al hombre”, etc.) y, los prejuicios o enunciados simbólicamente violentos dirigidos a las personas que no están encarriladas en el proceso productivo. Una de estas frases es, precisamente, “los chunchos son ociosos”.

En una sociedad del trabajo, de la producción, de la hora y del manejo eficiente del tiempo, una persona ociosa es la antítesis del progreso y el desarrollo, es una paria. Así, la imposición de este sistema de vida trae consigo tres procedimientos concatenados. El primero, es el descrédito, que podría resumirse en la siguiente frase: “este no hace, no quiere hacer o no sabe hacer”. El segundo, es el reemplazo: “necesitamos razas fuertes y trabajadoras en la selva” o “necesitamos mejorar la raza” (¿crees que la presencia de indígenas quechuas, de inmigrantes japoneses, austriacos y ahora de menonitas en la Amazonía peruana es por gusto?). El último, y el más imponente, es el proceso civilizatorio: “hay que educarlos para el trabajo, hay que darles proyectos productivos y emprendimientos”. 

La ociosidad por dentro

La ociosidad, o mejor dicho la persona ociosa, está claramente identificada entre los pueblos indígenas amazónicos. Por ejemplo, antes del contacto con la sociedad nacional, un joven harakbut en cortejo debía tener habilidades de cazador, participar en las actividades comunales (construcción de las casas, pesca colectiva, preparación de la chacra) y demostrar fuerza y destreza en las luchas cuerpo a cuerpo, caso contrario, la familia de la novia no autorizaba la unión. Así también, los ancianos arakbut (rama del pueblo harakbut) recitaban un conjuro llamado payba’ con la finalidad de bajar la “calentura” (el excesivo deseo sexual) de los y las jóvenes, ya que esta condición, considerada una enfermedad, provocaba mala puntería al cazador, debilitamiento físico al luchador, y ociosidad y desgano a la mujer (Sueyo & Sueyo, 2017). 

Por otra parte, “Viviana”, una matsigenka de 54 años del río Cashiriari, afluente del Camisea, cuenca del Urubamba o Vilcanota, describió a su nuera como peranti, es decir, ociosa. La hija política, según la suegra, nunca iba a la chacra a sacar yuca, no preparaba masato (bebida fermentada de la yuca), no salía de la casa, no atendía a su pareja y siempre pedía que se le dé todo (entrevista realizada el 28 de enero de 2022). 

En otra ocasión, “Humberto”, un yora-nahua de 40 años del río Mishagua, afluente del Urubamba o Vilcanota, me dijo que el ocioso, durante el trabajo de extracción de madera, siempre pone excusas para hacer otra cosa (a cada rato dice “me voy al baño”), se queja constantemente (“hay muchas abejas”, “hace mucho calor”) y amenaza con irse, lo cual termina haciendo tarde o temprano (entrevista realizada el 05 de febrero de 2022). 

Así, para la gente del bosque y del río amazónico, la ociosidad es la negación de lo que se debe y tiene que hacer; es un no hacer o un hacer quejumbroso e incompleto. En otras palabras, la ociosidad es la contracara del quehacer socialmente pautado. Por tanto, ser un ocioso o una ociosa es un antivalor indígena que está regulado por los comentarios, las opiniones y los juicios que emiten las personas autoreferenciadas como laboriosas. 

Esta concepción de la ociosidad, sin embargo, puede aplicarse a cualquier grupo cultural. La particularidad aparecerá cuando determinemos el quehacer socialmente pautado, es decir, lo que se debe hacer. Entonces, al identificar el deber más el hacer, recién podremos discernir sobre la laboriosidad y la ociosidad. Por ejemplo, Secundino García (1935/2006), un fraile dominico, escribió que para la gente matsigenka era una obligatoriedad realizar frecuentes festividades, tomar abundante masato y realizar viajes y visitas. Evidentemente, la familia que no hacía esto, era calificada de tacaña y ociosa. 

El ocio 

Con la era industrial, el ocio fue concebido como una actividad o experiencia relativamente autodeterminada que estaba dentro del tiempo económicamente libre de una persona; una experiencia diferente al trabajo (Best, 2010, p. 23). Esta concepción, propia de la modernidad que atravesamos, está centrada en la complementariedad de dos momentos: el tiempo para producir y el tiempo para disfrutar. Por ejemplo, imaginemos a una persona que trabaja en la oficina durante ocho horas, y luego, al finalizar la jornada, hace lo que realmente le place. Es a partir de esta dicotomía entre trabajo y relajo que la experiencia de ocio se ha entendido y extendido. 

Otros estudios, sin embargo, argumentan que no es posible hacer una segregación artificial entre, por ejemplo, ocio y trabajo, ya que la experiencia de ocio es continua o cambia según las actividades que realizamos. Por ejemplo, un individuo podría disfrutar plenamente de una actividad y al rato detestar otra, o podría experimentar ocio mientras trabaja. No hay diferencias estrictas, dado que el ocio está integrado a una amplia gama de actividades en todos los ámbitos de la vida social. Básicamente, los roles sociales “suman y restan oportunidades y limitaciones de ocio” (Kelly & Kelly, 1994. Citado por Best, 2010, p. 43)

Sin embargo, el ocio, fuera de la pradera de la productividad, es una experiencia que pertenece a un ámbito de la vida caracterizado por la libre elección y la motivación intrínseca. Es una experiencia gratuita, necesaria y enriquecedora. Subjetivamente, el ocio es sinónimo de ocupación gustosa, querida y libremente elegida. La esencia misma del ocio es el juego, la fiesta, la creatividad, la participación voluntaria, la satisfacción, la felicidad, la capacidad de autodesarrollo e integración solidaria. Las vivencias de ocio implican conocimiento desinteresado, reflexión, contemplación, creatividad y apertura a la trascendencia (Cuenca Cabeza, 2000, pp. 11–56).

Los elementos que caracterizan al ocio de otras prácticas sociales, son los siguientes: a) un tiempo vivido en el momento presente que no se limita solo a los periodos institucionalizados, como los fines de semana o las vacaciones; b) un espacio/lugar de convivencia social del que los sujetos se apropian, en el sentido de transformarlo en un punto de encuentro, consigo mismos, con otros y con el mundo; c) manifestaciones culturales vivenciadas como disfrute y goce, sea como posibilidad de diversión, descanso o desarrollo; d) una actitud fundamentada en lo lúdico y vinculada al jugar, a bromear y al buen humor (Gomes, 2004, 2007. Citado por Elizalde, 2010, p. 8).

Puntos de vista sobre el ocio indígena

Los estudios de ocio en América Latina han florecido con una perspectiva local y decolonial (Elizalde, 2010; Gomes & Elizalde, 2014; Mauricio et al., 2021). Precisamente, bajo esta óptica, el ocio indígena ha sido relacionado a los juegos deportivos y a las actividades comunitarias en general (Cardona Ortiz, 2021; Carreño Cardozo, 2003; Pedrão & Uvinha, 2017; Vinha et al., 2013); a un proceso y a una experiencia centrada en el arte, el cuerpo, la sensibilidad a la vida y a las relaciones sociales (Debortoli, 2012); a las prácticas cotidianas, a la protesta, a la devoción y a la celebración (Maurício et al., 2021); al encuentro, al placer, a la re-creación humana y a la resistencia del modelo hegemónico global (Molina, 2020); a las festividades, a bañarse en el río, a visitar la ciudad y a usar tecnologías modernas (Soares, 2017); a una forma de vida que permite la construcción del cuerpo, del territorio, de la alteridad y de la temporalidad (Pedrão & Uvinha, 2017; Soares, 2017); a un estado de desarrollo bio-psico-espiritual producido por el juego (Ross, 2021); a una estrategia para combatir la ira y el suicidio (Tatz, 2021); y, a una forma de mimetizar los desafíos sociales y revitalizar las fuerzas colectivas (Vinha et al., 2013).

Ahora bien, respecto al ocio del pueblo matsigenka, el estudio de Johnson y Johnson (1975), halló que los hombres dedican más horas de trabajo al aire libre, gastan más energía y tienden a socializar menos, a diferencia de las mujeres, quienes realizan su trabajo en circunstancias relativamente más relajadas, ya que hacen sus labores en un ritmo más lento, tienen más interrupciones entre tareas y pasan más tiempo hablando. Sin embargo, muchos aspectos del trabajo de ambos géneros son una forma de recreación.

En otro estudio, Johnson (1978), indica que tanto las mujeres como los varones matsigenka le dedican mayor tiempo al hecho de dormir, descansar (incluye “hacer nada”), jugar, conversar y visitar, a comparación de sus pares franceses, quienes están más dedicados al trabajo. Sin embargo, aunque los primeros “trabajan” menos, tienen mayor posibilidad de disfrutar de la abundancia de bienes y de las relaciones sociales. 

Tengo dos observaciones al estudio de Johnson y Johnson (1975). La primera, es que diferencia ocio de trabajo. Por ejemplo, cuando los autores identifican actividades agrícolas, artesanales o de caza y pesca, las catalogan como productivas, mientras que otros haceres menos esforzados, como dormir o conversar, los ponen en el rubro de “tiempo libre” o “recreación”. La segunda observación tiene que ver con el tiempo y el espacio. Clasificar los hábitos según el tiempo que duran, la hora y el lugar, bajo un enfoque lineal, predeterminado y absoluto, y centrado en la dicotomía ocio/trabajo, no permitirá visualizar dos hechos: que toda actividad indígena es o puede ser una potencial experiencia de ocio, y que dicha experiencia, al manifestarse, no se ciñe a un tiempo establecido. 

Como fuera, todos estos estudios, si bien identifican las actividades y las experiencias concretas relacionadas al ocio, no logran determinar los principios que le dan forma y sentido.  

Principios del ocio indígena amazónico

Aunque la ociosidad (el no hacer y sus derivaciones), está claramente definida en los pueblos indígenas amazónicos, no sucede lo mismo con la concepción de ocio. Cuando pregunté a la gente harakbut, matsigenka y yora-nahua sobre su experiencia de ocio, nunca logré hacerme entender, siempre me decían “¿Qué es ocio, hermano?”. No había forma de explicarles. Así, intenté otra pregunta: “¿Qué hacen en su tiempo libre?” Tampoco resultó, y eso que algunas personas tenían trabajo estable, con horario, salario y eso, o sea que podían concebir la idea de “hora libre”. Sin embargo, esa ausencia conceptual no quiere decir que la experiencia de ocio, como tal, no exista (Fox, 2006; Fox & McDermott, 2019). De esta forma, ante la digresión ontológica y el vacío lingüístico, la única manera que encontré para conocer y experimentar el ocio indígena amazónico fue a través de la vivencia, es decir, tuve que imbuirme en el quehacer cotidiano de la gente y, en ese proceso, me topé con un conjunto de manifestaciones que bien podrían considerarse como experiencias de ocio.

El ocio indígena amazónico, entendido como una experiencia de disfrute y fruición (complacencia y goce “muy vivo”), está inscrito en una multiplicidad de actividades. Por ejemplo, en las celebraciones de fiestas y onomásticos, en las visitas o paseos al interior de la comunidad, en las conversaciones grupales, en mirar programas de televisión y los aplicativos del celular, en la práctica deportiva (fútbol y vóley), en la elaboración de artesanías y materiales de caza y pesca, en los viajes distantes por el río y por el bosque y, en la ingesta de plantas maestras (Pinedo Macedo, 2024a). Cada una de estas actividades manifiesta un conjunto de principios, evidentes y subyacentes, que dan forma y sentido al ocio indígena amazónico. 

Los principios evidentes

Según Pinedo Macedo (2024b), los principios evidentes se traslucen en los actos de compartir y socializar. El primero, hace referencia a la voluntad o a la predisposición de la gente para invitar los bienes y servicios que ha logrado acumular y transformar. Por ejemplo, cuando alguien visita a una familia, el anfitrión, con ayuda de las mujeres, invitará yucas sancochadas, masato (bebida fermentada de yuca), pescado ahumado o lo que haya a disposición. Incluso, el compartir, durante las celebraciones y faenas, evidencia una estructura de reciprocidad ternaria, donde interviene un dador original, un intermediario y un receptor (Temple, Medina y Michaux, 2003). Cabe mencionar, además, que este modelo tripartito es similar al sistema de redistribución conocido como mink’a o minga

El segundo acto, el socializar, hace referencia a los intereses y necesidades personales de ocio que, tarde o temprano, se articulan a una dinámica colectiva. En otras palabras, el ocio, por más personal y autónomo, siempre querrá compartirse. Por ejemplo, si una persona tiene el deseo de jugar al fútbol, no le quedará otra que convocar a sus amigos o asistir a los partidos programados por la comunidad. Incluso, si la persona está ensimismada en su hamaca o concentrada en un tejido, eventualmente aparecerá alguien que le haga conversación, le pida un favor o le proponga una actividad más atractiva. Así, el momento inicial de ocio, eminentemente personal, tarde o temprano, atravesará el umbral de la colectividad, de lo social, del compartir.

Bueno, tenemos dos haceres que definen de forma tangible el ocio de los pueblos indígenas amazónicos: el compartir y el socializar. Sin embargo, me gustaría proponer algunos cambios: primero, quitar el acto de socializar, porque es abstracto (es un concepto más que un hacer concreto e identificable) y está implícito en todas las actividades de ocio; segundo, mantener el acto de compartir, que es evidente en la práctica; y, tercero, agregar los siguientes elementos: pasear o visitar, conversar, viajar, celebrar, “deportear” (hacer deporte) y sicoactivar (ingerir plantas maestras). Estos haceres, serían los principios tangibles del ocio de los pueblos indígenas amazónicos del suroriente peruano.

Ya expliqué el compartir, así que ahora abordaré, brevemente, los demás aspectos. Pasear o visitar, hace referencia a la facilidad con que una persona decide recorrer las calles de su comunidad o poblado para buscar conversación y momentos de compartir. Por ejemplo, en la Comunidad Nativa de Nueva Luz, del pueblo matsigenka del Bajo Urubamba, es usual que las personas, al promediar la tarde y luego de darse un baño, salgan de sus casas para distraerse. Esto implica pasear tranquilamente por las calles, conversar con sus familiares, compartir bebidas y comida u observar algún evento social. La gente yora-nahua, también tiene arraigada esta costumbre: en cuanto se levantan, por la mañana, y luego de alguna merienda, salen por las calles de Sepahua en busca de oportunidades para compartir o solicitar algo a sus familiares, paisanos o eventuales almas caritativas. 

Con el acto de conversar, me refiero al gusto de la gente por averiguar, aprender, solicitar y validar su discernimiento con sus familiares, amigos u otras personas ajenas a la comunidad. Por ejemplo, en las comunidades nativas de Queros, Santa Rosa de Huacaria y Shintuya, del pueblo harakbut, ramas arakbut y wachiperi, una persona extraña (un “amiko” o amigo extranjero), es invitado, rápidamente, a pasar y a sentarse. El anfitrión, que siempre es un varón adulto o un grupo de mujeres adultas, evidencia entusiasmo y curiosidad por iniciar la conversación. El acto fluirá ameno y revitalizante, siempre y cuando la visita tenga la apertura de escuchar y la predisposición de recibir cuanto le den y dar cuanto le piden. La gente matsigenka ha llevado esta costumbre a otro nivel: algunas veces te invitan a pasar al patio de sus casas sin conocerte siquiera. El interés está en averiguar quién eres, qué haces, cuánto tiempo te quedarás en la comunidad y qué puedes aportar. Incluso, muchas personas postergan cualquier actividad por conversar con el otro, especialmente cuando en la mesa se extienden las hojas de coca, los cigarros, las cervezas o el masato. La gente yora-nahua, en cambio, es un poco más reticente a las conversaciones con extraños, porque prefieren estar en familia, en grupo, sea paseando por Sepahua, bañándose en el río, comiendo en sus campamentos o conversando en la plaza anexa a la Misión de Sepahua. Es gente más corporativa.

Con el acto de viajar, me refiero a la facilidad con que la gente decide subirse a un bote –o a un carro– para visitar a sus familiares y paisanos sin considerar la distancia y el día del retorno. Por ejemplo, la gente matsigenka de la cuenca del Camisea, no desaprovecha cualquier oportunidad de viajar por el río. Le gusta explorar, conocer, averiguar, actualizar la información, enterarse de las novedades, interactuar con otros paisanos o personas, aprender de las cosas nuevas y llevar a su lugar de origen todas las novedades. El fraile dominico y antropólogo Ricardo Álvarez Lobo (2006, pp. 9–25), escribió que el matsigenka viaja porque así demuestra su fibra libre (lo guia la circunstancia), expande su territorio (habita donde va) y amplía su conocimiento transcultural (explora otras culturas). Todas estas características, también son comunes a los pueblos harakbut y yora-nahua.

Con el acto de celebrar, me refiero a que la gente organiza, con bastante regularidad, eventos sociales en los que se divierte jugando al fútbol, bebe masato, conversa, escucha música, come o baila. Por ejemplo, en las comunidades matsigenka, los días feriado del calendario cívico, los aniversarios de la comunidad, de la escuela o del barrio, o cualquier onomástico, son motivos suficientes para preparar y repartir comida y bebida, poner música a todo volumen, bailar y jugar al fútbol. Esto, también sucede con frecuencia en el pueblo harakbut, pero muy poco en el yora-nahua. 

Con “deportear”, me refiero a la facilidad con que la gente organiza o asiste a eventos deportivos, como el fútbol y el vóley, sea en el propio barrio o comunidad o en otros poblados. Por ejemplo, la gente yora-nahua, especialmente los jóvenes, tanto mujeres como varones, juegan al fútbol todas las tardes en su comunidad, y algunas veces en Sepahua. El atractivo principal es “la apuesta”, que consiste en un costalillo repleto de artículos de aseo (detergente, jabón, jaboncillos, etc.) que cada jugador aporta antes de los partidos. El equipo que gana la última contienda se lleva el jugoso y apetecible premio. La gente harakbut y matsigenka, tanto varones como mujeres, también ha desarrollado una especial preferencia por el fútbol, ya que constantemente organizan campeonatos comunales e intercomunales. El vóley, a diferencia del fútbol, es más valorado por las mujeres harakbut de Shintuya. 

Por último, con sicoactivar, me refiero a la regularidad con que la gente indígena ingiere “vegetal” o plantas maestras (ayahuasca, floripondio o rapé de tabaco) para experimentar estados de sanación, contemplación y trascendencia. Por ejemplo, la gente yora-nahua, especialmente los adultos mayores, acostumbra tomar ayahuasca en su comunidad de dos a tres veces al mes. El punto es que a través de esta práctica, la gente disfruta de momentos de sanación, trascendencia y contemplación, pero en colectividad: ríen mientras conversan, beben la ayahuasca al mismo tiempo, icarean al unísono, se curan entre ellos, se unen en pares o en grupos para icarear o soplar y, al finalizar la jornada, conversan las incidencias. El pueblo matsigenka, no se queda atrás, ya que constantemente hace dieta, realiza baños de vapor con plantas, toma “vegetal” o “medicina” y, reunidos en pares, soplan el rapé de tabaco en sus fosas nasales. El pueblo harakbut, antes ligado más a la ingesta de floripondio o “toé”, también conoce el arte de las demás plantas maestras. Sin embargo, el disfrute del sicoactivar es más profundo y pleno en aquellas personas especializadas, es decir, en los curanderos o chamanes.

En resumen, todos estos haceres (compartir, pasear o visitar, conversar, viajar, celebrar, “deportear” y sicoactivar), le producen a la gente indígena experiencias concretas de gozo y fruición.


Los principios subyacentes

Por otro lado, hay principios de la experiencia de ocio que anidan en el plano subyacente, es decir, no se manifiestan en el quehacer, en las actividades de disfrute y gozo, sino que están entretejidas en su interior. Se trata de las “ideas fuerza” que permiten y sustentan la experiencia de ocio. Estos principios, son: la libertad de elegir, la atemporalidad y el autotelismo (Pinedo Macedo, 2024b). 

Con libertad de elegir, me refiero a que la gente indígena tiene la capacidad de optar, en cualquier momento, por una actividad de disfrute y gozo. Es más, le resulta fácil transformar un evento trágico en una situación humorística. El sentido de libertad indígena está ligado a la autonomía, que es diferente al individualismo: la persona tiene la capacidad de decidir qué hacer, por sí mismo o convocado por el grupo del que es parte, siguiendo el criterio del disfrute y el gozo. Por ejemplo, si una persona tiene pensado ir a su chacra para rozar o cultivar, pero, de forma intempestiva, recibe visitas, sean familiares o no, preferirá quedarse para atenderlas. Esto implica conversar y compartir hasta que aparezca otro quehacer atractivo.

Con atemporalidad, me refiero a que la gente indígena amazónica, mientras ejerce su experiencia de ocio, no toma en cuenta o mejor dicho no le importa el tiempo tal y cual nosotros lo concebimos, es decir, lineal, progresivo, valioso, irremplazable, distribuido en segundos, minutos y horas, y medido por el reloj y el calendario. La medida del tiempo, más allá de las estaciones climáticas y los períodos cíclicos del cosmos, es la circunstancia, la actividad que se vive en el instante. En otras palabras, el quehacer gozoso es el que define la duración del tiempo y no es el tiempo que define la duración de la actividad. Desde esta perspectiva, el tiempo no es lineal, sino que es un transcurrir, por lo general gozoso o proclive a serlo. Por ejemplo, en nuestra concepción del tiempo, un cumpleaños no puede durar más de un día o dos, como máximo, caso contrario sería catalogado como “exceso”, sin embargo, para la gente del bosque y del río amazónico, la fiesta dura mientras esté en vigor el compartir, la conversación, la alegría, las bromas, las riñas, el baile y la mera contemplación. La fiesta acaba cuando ya no hay provisión de masato o de comida destinada para el propósito. Así, el tiempo ha sido domesticado por el hacer-disfrutando o el hacer-gozoso.

 Con autotelismo, me refiero a que la experiencia de ocio se disfruta en sí misma. No hay una razón instrumental o utilitaria (en el sentido mercantil) que esté detrás o que motive una actividad de ocio. Ailton Krenak (2023), líder indígena de Brasil, dice que la vida es un disfrute en sí misma, que es un acto de fruición (goce y complacencia). En otras palabras, la actividad de ocio no es un medio para lograr un fin, sino que es un fin en sí mismo, y el fin es disfrutar, gozar, reír, vivir bien o vivir bonito.

Es posible, sin embargo, que detrás de las actividades de ocio haya motivaciones y aspiraciones nada intrínsecas, como obtener un beneficio concreto, ratificar el prestigio, mantener el honor y confrontar las habilidades físicas, como sucede, por ejemplo, durante las conversaciones, las festividades, los convites y los juegos deportivos. El asunto es que estas pretensiones y motivaciones, en el trascurrir de la experiencia, se dejan a un lado, se diluyen o van y vienen de acuerdo a la circunstancia. Lo único permanente y sentido es el disfrute y el gozo del hacer. 

Un ejemplo de autotelismo, son los viajes por el río, sea para visitar a los familiares o simplemente para conocer. Cuando aparece la oportunidad de subir a un bote y viajar, la gente indígena no la desaprovecha, porque ello implica disfrutar de largos estados de contemplación y descanso. Además, es una oportunidad inmejorable para actualizar la información del río (el nivel del caudal, el estado de las desembocaduras, los cambios en la vegetación, la presencia de aves, la cantidad de peces, etc.), socializar con otras personas (conversar, averiguar, observar, aprender, etc.), y pescar, reciprocar o comprar. Es más, todo lo vivido en el viaje llega o se reproduce en el seno familiar, con lo cual el disfrute continúa.

Conclusiones

¿La gente indígena de la Amazonía es ociosa? Hay gente ociosa en todas las culturas, pero no es un ideal, al contrario, es un antivalor; va contra la ética de la vida. La gente indígena no es ociosa ni mezquina de por sí, lo que pasa es que, al verla en sus quehaceres, la juzgamos con la lógica del trabajo, la eficiencia y la productividad. Pero, desde mi punto de vista, el problema esencial es que la juzgamos intencionalmente para humillarla y justificar la expropiación de sus territorios en nombre del progreso.

¿Qué es ociosidad para la gente indígena amazónica? Precisamente, la ociosidad es no hacer lo que el grupo te dice que debes hacer. La finalidad de insistir en ello del hacer y el deber, es guardar el equilibrio cósmico y proveer los dones que son necesarios no para la vida, sino para el vivir, reitero, para el vivir, para el existir en el presente.

¿Qué es el ocio para la gente indígena amazónica? El ocio no es un concepto que esté en su ratio cultural. Sin embargo, esta categoría puede utilizarse para comprender toda experiencia relacionada con el disfrute, el gozo y la complacencia de vivir. La categoría ocio, por tanto, no debe conceptualizarse, debe experimentarse, vivirse y sentirse. Desde luego, urge una categoría propia, que dé cuenta de la experiencia de ocio, pero de forma entendible y concreta. Propongo llamarla el hacer-disfrutando o el hacer gozoso, la cual estaría inscrita dentro de un concepto o una práctica abarcadora llamada Buen Vivir o Vida Plena. 

¿Qué principios sustentan el ocio indígena amazónico? En este ensayo he mencionado principios evidentes o tangibles y subyacentes o intangibles. Los evidentes, son: compartir, pasear o visitar, conversar, viajar, celebrar, “deportear” (hacer deporte) y sicoactivar (tomar plantas maestras). Los principios intangibles, son: libertad de elegir, atemporalidad y autotelismo. Básicamente, planteo que el existir de los pueblos indígenas amazónicos, basado en una ética de lo concreto (del hacer) y en una cosmovisión subyacente, genera o es proclive a generar continuas experiencias de ocio. El problema es que nuestro enfoque de necesidades y escasez, de trabajo y productividad, de sufrimiento y despojo, de tecnología y modernidad, de civilización y logro académico, de ambición y exclusión, nos obstruye a tal punto que no es posible apreciar y sentir la buena vida de la gente del bosque y del río amazónico. 

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Información editorial

Fecha de recepción: 

02 de abril de 2024.

Fecha de publicación: 

10 de mayo de 2024.

Cita sugerida (APA): 

Pinedo Macedo, D. H. (2024, 10 de mayo). “Los chunchos son ociosos”. Ocio y ociosidad en los pueblos indígenas amazónicos del suroriente peruano. El ocio indígena amazónico. https://ocioamazonia.blogspot.com/2024/05/chunchos-ociosos.html

Crédito de la fotos:

Donaldo Humberto Pinedo Macedo.

Comentarios

  1. Veo las noticias en el face y un shipibo se acaba de suicidar con una escopeta. Salgo a la calle a pensar al respecto, dado que, evidentemente, la gente del bosque y del río no vive en un estado permanente de ocio o de disfrute. "¿Cuáles son los límites del ocio?", me preguntaba un compañero. "¿La gente vive feliz, es feliz?", me cuestionaba un docente. ¿Cómo explicar el suicidio en un contexto de ocio? En mis cavilaciones, encuentro una librería y cojo "Viviendo bien. Género y fertilidad entre los Airo-Pai de la Amazonía peruana", de Luisa Elvira Belaunde. Hallo un respuesta. El shipibo aquél, perdió el control de sus emociones y entró en estado de rabia. Le ganó la rabia. No pudo mantenerse en un estado de buen hacer, y se dejó ganar, se dejó vencer. En la gente Airo Pai, no debería haber espacio para la rabia, la venganza, la revancha y la envidia, por ello, de forma diaria se construye, a través de los procesos de enseñanza y aprendizaje, el buen vivir: convivir, compartir y ser generosos. Con esto se logra el sitio de la gente, el saber vivir bien. El método es el siguiente: "hacer escuchar", "hacer pensar", "hacer comer", "hacer producir", "hacer alegrarse" y "hacer crecer".

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